Comentario literario del Soneto XXIII de Garcilaso de la Vega
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro
mirar ardiente, honesto,
enciende el
corazón y lo refrena;
y en tanto que
el cabello, que en la vena
del oro se
escogió, con vuelo presto
por el hermoso
cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve,
esparce y desordena;
coged de vuestra
alegre primavera
el dulce fruto
antes que el tiempo airado
cubra de nieve
la hermosa cumbre.
Marchitará la
rosa el tiempo helado,
todo lo mudará
la edad ligera
por no hacer
mudanza en su costumbre.
Se
trata del soneto vigésimo tercero de Garcilaso de la Vega, autor renacentista
del siglo XVI, que asimila y aclimata a nuestra literatura la corriente
petrarquista procedente de Italia, en lo que respecta a la temática amorosa,
a los nuevos metros como el endecasílabo y el soneto, así como a la sencillez
y elegancia en la expresión poética.
El
poeta anima a la amada a que aproveche su juventud y belleza, antes que la vejez
la prive de ambas.
El
tema del soneto es, por tanto, la descripción de la belleza efímera de la
joven amada, recreación del tópico literario del “Carpe diem” y, dentro de
él, del conocido como “Collige, virgo, rosas”.
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El tono del poema es admonitorio, ya
que advierte a la mujer de su conducta equivocada, pero también cortés y
caballeroso.
En cuanto a la estructura interna,
se pueden distinguir tres partes: La primera parte, de los
versos primero al octavo, esto es, desde el comienzo hasta “…mueve, esparce y
desordena”, sirve al poeta para describir a la mujer. En esta parte, emplea
el presente durativo y reiterativo: “se muestra”, “enciende”, “refrena”… En
la segunda, que va desde “Coged de vuestra alegre primavera…” hasta “…hermosa
cumbre”, es decir, el primer terceto, el poeta da consejos para que aquélla
disfrute los placeres de la vida. En esta parte, emplea el modo imperativo
“Coged”, para llevar a cabo la exhortación a la joven. Por fin, la tercera y
última parte, que comprende el segundo terceto, esto es, desde “Marchitará…”
hasta el final, versos duodécimo al décimo cuarto, da las razones por las que
conviene seguir sus consejos. Para ello, el poeta recurre al futuro, que
sirve aquí como sentencia ineludible: “Marchitará”, “mudará”.
Con respecto a la estructura externa, la métrica del soneto es la
siguiente: está formado por catorce versos endecasílabos, distribuidos en dos
cuartetos y dos tercetos, cuya rima consonante sigue el esquema ABBA ABBA CDE
DCE.
Dentro del análisis de la forma en
función del tema, lo primero que apreciamos es una anáfora entre las dos
primeras estrofas, ya que comienzan con la expresión temporal “En tanto
que…”, de aspecto durativo, que señala un proceso en su desarrollo, en este
caso, mientras la mujer sea joven y hermosa. Con dicha anáfora, además, el
poeta consigue insistir en la idea de duración, al tiempo que confiere al
poema cierta musicalidad.
Los dos
cuartetos son una descripción física, también denominada prosoprografía, de
la mujer amada, idealizada conforme al prototipo de belleza renacentista.
Para describirla, recurre a una serie de metáforas, como son “de rosa y
azucena”, que aluden al rostro pálido y las mejillas sonrosadas; “clara luz”,
que se identifica con los ojos azules de la joven; el “mirar ardiente,
honesto”, esto es, recatado y amoroso; “el cabello que en la vena / del oro
se escogió”, con respecto a su pelo rubio; así como su cuello “enhiesto”, es
decir, esbelto. Pero el poeta recurre también a la metáfora en los dos
tercetos, a saber: “primavera”, para referirse a la juventud; “nieve”, para
evocar el pelo cano y, por tanto, la vejez o “tiempo airado”; la belleza
identificada con la “rosa”…
Dichas metáforas unas veces son del tipo A de B, como en “de rosa y
azucena”, y otras veces son puras, puesto que sólo mencionan el término
figurado y no el real, como en el caso de “el dulce fruto”. Ahora bien, todas
ellas son metáforas relativas a la Naturaleza, según el gusto de la época a
la hora de describir el paradigma de hermosura femenina.
En el soneto encontramos además diversos
epítetos, es decir, adjetivos que señalan una cualidad inherente al objeto
descrito, que tienen la función de dotar de belleza y plasticidad al poema,
ya que indican cualidades que se perciben a través de diferentes sentidos
como, por ejemplo, “ardiente”, al tacto; “blanco”, a la vista; “dulce”, al
gusto; “hermosa”, a la vista… Al poeta le gusta cargar el poema, en
definitiva, de colores, sabores, texturas, olores… que eran del agrado de la
época.
También en esta línea, la de darle musicalidad al soneto, podemos
señalar el empleo del hipérbaton, por ejemplo en los dos primeros versos, al
modificar el orden lógico de los elementos de la frase, así como del
encabalgamiento, tanto suave como abrupto, existente entre los versos primero
y segundo, o noveno y décimo, respectivamente.
Por
otra parte, en el verso octavo el poeta emplea una gradación, cuando dice
“mueve, esparce y desordena”, ya que el movimiento del cabello va
incrementándose en cada verbo de la enumeración ascendente, con el objeto de
enfatizar la fuerza del viento despeinando a la mujer y, por ello, su
arrebatadora belleza.
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En
conclusión, como acabamos de comprobar, se trata en efecto de uno de los
sonetos más representativos de Garcilaso de la Vega, que sintetiza las
cualidades físicas del prototipo de la mujer renacentista -rubia, de ojos
claros, tez blanca y mejillas sonrosadas- que, en este caso, representa para
él Isabel Freire, dama a la que amó desesperadamente sin ser correspondido.
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